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Tierra de vencidos

10 febrero 2019 - 09:44

Capítulo tercero, por el escritor nicoleño Raúl Rodríguez

Mon amour mi bien ma femme

 Con la horquilla pude enganchar una bolsa de basura de la boca de tormenta. Justo reventó un trueno y se largó la lluvia. Dos gotas y nos inundamos. El barrio pareció desaparecer bajo la cortina de agua. Lo último que quería era pescarme una gripe, así que cargué las herramientas en la carretilla y me metí adentro. La lluvia me salvó de salir a vender churros. Mataría el tiempo escuchando la cinta.

Volví porque algo llamó mi atención. Manos anónimas me habían hecho el favor de arrancar la placa. En su lugar habían pegado un afiche del nuevo candidato que decía: “Para que la ciudad siga creciendo.” Valió la pena mojarme porque un graffiti le había agregado con fibrón: “Bótelo. Roba pero Hace”. Hacía mucho que no me reía. Y agregaba esta cifra que, si no me equivoco, son números romanos. MMLMQTP.

LADO B

Habla Rómulo

“El primer proyecto que le aceptaron a Simona fue el de una torre de sobresalientes balcones mirando el río.  En la maqueta se abrían igual que ostras acariciadas por un rayo de luz que logra atravesar las profundidades. Ante aquella originalidad tan compleja, los inversores no dudaron en darle la oportunidad de que aquel diseño magnífico emprendiera el camino de la concreción.

Lo cierto es que no había inversores, sino una única inversora, dueña absoluta del éxito de todas las construcciones modernas de la ciudad. Se llamaba Carla Campos, hija de Francisco Campos, sindicalista-empresario; encargada de manejar la fortuna que había amasado su, ahora, difunto padre.

Claro que lo que acabo de decir lo supe al mes. Porque una vez, estando yo en mi rutina de pescador en el muelle abandonado, la escuché por radio. Olvidé mi ril, y, sentándome en el amarradero, oí de su boca, lo que quería oír: Convocaba a arquitectos de excelencia para integrar aquel gran equipo. En nombre suyo y en el de Simona, que la nombraba cada vez que aparecía en los medios poniendo un acento especial en su profesionalismo.

Al lunes siguiente me presenté en el estudio. Quedaba al fondo de una galería céntrica. Hasta ese momento en que vi a Simona, encuentro que yo no dudo en calificar de mágico, no creía ni en mis más extraordinarios sueños románticos; en el amor a primera vista. Quedé embobado por aquella explosión de belleza. Siempre me ha pasado que en estas circunstancias mis manos sudan, los nervios me hacen titilar el ojo derecho, y puedo decir las cosas más incoherentes que alguna vez alguien pudo decir. Esta vez no vino en mi auxilio ni siquiera la música leve y arrolladora que llegaba a mí desde algún parlante oculto, o quizás de sus ojos. Esos ojos que al mirar parecían darle vida a todo lo que tocaban. O quitársela.

Me devolvió mi carpeta personal diciéndome te felicito estás en mi equipo y ahí supe aquello que tanto había escuchado de tocar el cielo con las manos. Me fui loco de contento que recién me acordé de que había ido en auto al llegar a la bajada de la costanera. Por otro lado, hago esta aclaración. Tengo la mala costumbre de contar una historia abusando de los detalles. Es por eso que voy a tratar de ser preciso y breve.

En una de esas jornadas que se hacían interminables, una vez nos quedamos solos y yo no dejé pasar la oportunidad de invitarla a cenar. Le dije que vivía en un departamento en donde apenas cabía, yo, y que el sábado le prepararía una comida inolvidable. Me contestó, siguiendo la fría línea de una acotación, que los lugares estrechos eran fáciles de ensanchar. ¿Qué? Yo le cantaba a cada rato, hasta cansarla, la famosa canción de Sabú que escuchaba mi viejo, y que le da título a este relato. Ella adoraba que yo le cantara, empuñando un micrófono imaginario. Fuimos felices. Lo cierto que a partir de ahí no nos separamos sino hasta esa noche triste de la fiesta en que yo no asomé ni un pelo porque estaba destrozado.

De regreso de un viaje a Nueva York, me dijo que había pensado mucho en nuestra relación, y que si bien se sentía amada por mí, a su vez creía que se estaba volviendo un obstáculo para el desarrollo de su profesión. Ella, fue la que propuso que nos divorciáramos con aquella fiesta; festejando el pasado de nuestra historia de amor, y celebrando el futuro de libertad y éxitos. ¿Qué?  Algo así.

Pasemos a otra cosa. Esta relación con Carla, que, desde el inicio, se presumía intachable, tuvo un vuelco inesperado. A eso voy. A la inauguración de la Torre I, fueron todos los políticos, los infaltables emisarios de la iglesia siempre tan atentos a morder un diezmo de sangre; y la crema más rancia del insoportable culorrotismo nicoleño, por el solo hecho de aparecer en los medios nacionales. Lejos de ellos de pensar,  sin paréntesis, si son capaces de pensar algo que vuele más allá de la órbita de su ombligo planetario, en que no solo era un modelo de la más refinada arquitectura, sino una fuente de trabajo invalorable.

El hecho es que en plena inauguración, se escuchó un grito aterrador con un ruido rápido, que muere en sí mismo, un golpe de leña seca quebrada, rota por un hachazo certero. El contador Maciel, experto en fraudes y uno de los hombres de confianza de Campos, había caído por el hueco del ascensor. Algunos se asomaron a ver el espectáculo del cadáver destrozado, se persignaron, deseándole que en paz descanse, y esa otra frase tremenda que le deseaba buen viaje. Vinieron los paramédicos, lo cargaron en la ambulancia y se lo llevaron en silencio. Faltó que todos los ahí presentes lo despidieran agitando los pañuelos. La inauguración siguió, de una forma tan normal que, aunque se trataba de la muerte de un hijo de puta, no dejaba de dar escalofríos.

Se caía de maduro que nosotros estábamos enredados en algo mafioso y turbio que no queríamos. Fue una de las pocas veces que estuvimos de acuerdo con Simona de renunciar y así lo hicimos. Nos dedicamos a la  construcción de viviendas económicas. Y yo, otras de las tantas miles de veces le declaré mi amor. Por último, es todo lo que puedo decir de ese tal Campos. A fuerza de ser sincero diré que no lamento su muerte. Lo que sí lamento, y es lo único que me importa, es convencerme que el regreso de Simona a mí, es imposible, y por lo tanto qué debo hacer para olvidar a esa mujer que todavía me sigue quemado la piel.”

 Raúl Rodríguez

 

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