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El Barón de los Arroyos.

5 julio 2020 - 11:44

Si alguien gritara su nombre en la calles de San Nicolás: Pedro Mario Sánchez; es probable que nadie se diera vuelta o mostrara el menor interés. Sin embargo, si uno menciona a “El Barón Sánchez” muchos sabemos que se está hablando de uno de los personajes populares y entrañables del siglo XX.

Pedro Mario Sánchez nació el 29 de abril de 1916, hijo de Miguel Sánchez de profesión carretero y Juana Castro. Su papá, paradojas de la historia, era oriundo de Estación Sánchez y su madre de nuestra ciudad. El barón Sánchez era el cuarto de once hermanos. Hasta los 14 años vivió en las inmediaciones de Salta y Alvear; por eso siempre le gustaba decir que era hijo del barrio El Abrojal.

Para lo que no saben, el barrio del Abrojal fue una de las barriadas populares que comenzaba en Falcón y Rivadavia y se extendía hasta el sur. Dentro de él, convivían clanes urbanos y colectividades; como el caso de la pequeña Italia,  en la zona de Falcón y Maipú. El barón Sánchez siempre le decía a quién lo quería escuchar: A mi barrio el abrojal lo llevo tatuado en el corazón, allí viví mi infancia y eso me quedo en el recuerdo; aunque ahora mi Barrio es Güena.



El barón comenzó a trabajar con su padre en el carro, mientras que cursaba sus estudios primarios con los hermanos salesianos de Don Bosco. Su padre en el carro trasladaba bolsas de granos al puerto y materiales de construcción para la Municipalidad de San Nicolás. Es característica la foto del carretero Sánchez y su hijo trasladando el adoquín y granitullo que llegaba de las canteras de Europa para las calles de San Nicolás. Otro de los oficios que ejerció fue el de “peón golondrina”, siempre lo llamaban para la recolección de la arveja, el ajo o de las frutas en la zona de quintas de la ciudad que, con el tiempo y la llegada de la mano de obra de Somisa…dejaron de ser quintas y se convirtieron en barrios.

Pero nuestro protagonista, el barón Sánchez, en su juventud no quería pasar los días en un carro; y es por eso que alternó diferentes trabajos y oficios: la más llamativa fue faquir en un circo con el que viajó por el país. Y a la vuelta en su ciudad, durante treinta años, desde 1966 hasta 1996 cuidó y fue casero de la vieja Escuela Número Diez, de la que era su vecino. Las propias autoridades del Consejo Escolar lo galardonaron  los treinta años de cuidado de la escuela.



El barón se caracterizaba por ser un experto jugador de truco y de bochas; no fueron pocas las finales que protagonizó en las mesas de los clubes y en las canchas de rayadas y lisas. Y además según consta en la memoria popular un gran jinete de cuadreras. Memorables son las tardes en Pergamino y en La Emilia cuando con su yegua “blanquita” se imponía por dos o tres cuerpos. El barón recostado sobre la crin, del lados izquierdo se fundía con el animal, y parecían una flecha lanzada al horizonte Y cuando fue entrando en los años, y se le hacía difícil montar empezó a criar parejeros criollos que, con buenas monturas, se destacaron en la zona. .

Nos gustaría contarles, para los más jóvenes,  que las carreras cuadreras o simplemente cuadreras, son un tipo de tradicional de carrera de caballos características del mundo rural, que se realizan en Argentina, Paraguay y Uruguay y que fue creada por la cultura gauchesca en los tiempos coloniales. Se denominan cuadreras para significar que se trata de carreras cortas, derivando el término de «cuadra», una unidad de medida equivalente a 129 metros que se utilizaba en tiempos de la colonia. La competencia se realiza entre dos o más caballos «parejeros» (casi siempre caballos criollos) y son frecuentes las apuestas. Cabe destacar que las cuadreras están prohibidas por la Justicia de Buenos Aires; sin embargo desarrollan un importante calendario a lo largo de todo el año. Los comisarios siempre han hecho la vista gorda a las carreras de caballos.



El oficio de la crianza de caballos le viene al Barón cuando cumplió servicio militar, por los finales de la década del treinta; cuando un oficial, el subteniente Enrique Domenech lo mandó a criar y adiestrar los caballos de todas las compañías de zapadores; aun no estaban asignados los vehículos para que los zapadores no se habían motorizado. Este militar Enrique Domenech, con el tiempo y los avatares de los gobiernos militares se convertiría, más adelante, en el intendente de la ciudad.

Se enorgullecía de haber cargado las valijas de Evita y el general Perón. Cuando los creadores del peronismo pasaron en octubre del 45 sus días en la Casa de Román Subiza; el mismo contaba que “Perón y Evita estaban siendo buscados por lo militares y los contreras para matarlos. Subiza les dio cobijo en la casa (donde hoy funciona la policía en calle Alem) y en la estancia. El barón cuenta que estaba trabajando en la cosecha de duraznos y le comentaron que iban a llegar Evita y Perón y fue a verlos, en ese momento llegaba el auto y el, en la puerta de la familia Gard, les bajó las valijas. En señal de agradecimiento y amistad Evita le regaló u  llavero que conservó hasta su muerte.



El Barón siempre fue un amante del tango y un notable recitador, que, cada vez que podía engalanaba las noches con amigos y afectos en diferentes bodegones de la ciudad.

Vivió en varios lugares; profundamente amaba la ciudad. En 1952 de su antiguo y querido Abrojal, se trasladó a las inmediaciones de Viale y San Martín, y con el tiempo se mudó al lado de la vieja Escuela Número Diez.

Durante 55 años vivió junto a la señora Fernanda Pastora Vivas de quien se enamoró y conoció en la casa de una de sus hijas. Ambos fueron renuentes a los trámites y al papeleo; por eso siempre se amaron aunque nunca se casaron. Fernanda Pastora Díaz, el amor del Barón, falleció a los 86 años, en 1995.

Sus vecinos y los padres de los alumnos de la vieja escuela número diez, aún recuerdan la nobleza y el cariño que le tenían los alumnos al Barón Sánchez.



Nadie se olvida cuando el Barón andaba con su yegua “la piba buena” la que usaba de paseo pero con el caballo que ganó muchas cuadreras; no lo olvida “Picante”; cuando corría con Picante era imbatible. Con ese caballito ganamos mucha plata y todos nos querían ganar; solo querían por les pasamos el trato siempre- le gustaba comentar al Barón.

Se fue de este mundo con las marcas de la vida en la cara. Siempre recibió en su casa al visitante con una sonrisa y con un mate en la mano. Muchos nicoleños, lo vieron en cada fecha patria, de saco y corbata, un “gentelman”, Parea las fiestas patrias se ponía traje, la gente me los regala y me quedan bien y los uso en las fechas patrias.; o cuando cuadre la oportunidad.



Siempre se contaron anécdotas, la de a sodas y los cafés o la de la hora en el reloj nuevo; nunca las desmintió y le gustaba decir: “si las gente las cuente serán verdad”.

Cuando empezaba el siglo, en el Centro Tradicionalista José Hernández, la Agrupación Yo Amo a San Nicolás, le otorgó el galardón de personaje y embajador de la cultura de San Nicolás.

Esta jornada estaba organizado por la Cámara de Jóvenes Empresarios: la entrega del diploma fue a Manos de Rodolfo De Felipe y el presidente del Centro Tradicionalista “José Hernández”, el señor José Andrín.

Durante treinta años el cuido a los chicos de la escuela, con el tiempo, en sus últimos años, los chicos esos ya hombres y mujeres cuidaron de él, le devolvieron el amor y el cariño que cada mañana ofrecía en el patio.

Siempre nos contó que la vida había sido generosa en vivencias y en amigos. Lo vieron irse una mañana, por la calle Francia, aunque la ciudad siempre espera su regreso. Vestido de punta en blanco, con al escarapela en la solapa; con un verdadero barón de San Nicolás.

 

Fuentes: Diario El Norte.

               Museo de la Ciudad.

               Hemeroteca de la Casa del Acuerdo.

Por Javier Tisera.

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