Porque nada queda oculto
Viernes 04 de Julio de 2025
3 marzo 2021 - 09:29
Hoy se conmemora a San Inocencio y a Santa Teresa.
Inocencio, nació el 19 de marzo de 1844 en Brescia, Italia. Fue bautizado con el nombre de Juan. Sólo tenía tres meses cuando quedó huérfano de padre.
Manifestando desde niño su deseo de ser sacerdote, su madre apoyó la vocación de su hijo y llegado el momento lo alentó a entrar al seminario.
Fue ordenado sacerdote el 2 de junio de 1867.
Nombrado como coadjutor parroquial en una parroquia rural, se distinguió por su desprendimiento de las cosas, por la constancia en el confesionario, su caridad para con los pobres, la asistencia a los enfermos y la predicación humilde.
Conocedor de las virtudes del Padre Juan, fue nombrado por su obispo Vicerrector del Seminario. Un año después fue nuevamente destinado al trabajo pastoral parroquial en Berzo, donde desarrolló una intensa actividad apostólica, a base de oración, buen ejemplo y una predicación sencilla y paternal. Frecuenta en este lugar un convento capuchino y por el contacto con estos frailes va descubriendo que el Señor lo llamaba a una vida más austera.
Después de una mayor preparación espiritual, superadas no pocas dificultades, pidió ser admitido entre los Hermanos Menores Capuchinos, donde ingresó en 1874, con el nombre de Fray Inocencio.
Sus superiores lo destinaron a distintos conventos de la Orden en Italia, llevando a todos los lugares donde iba la irradiación de su santidad. En el convento de la Santísima Anunciata, encontró lo que su espíritu anhelaba: ser santo a toda costa. Allí se sumergía en la oración y realizaba una vida llena de sacrificio, de penitencia y de ocultamiento.
Además de pedir limosa, predicó ejercicios espirituales a sus cohermanos, en los cuales derramó la abundancia de su espíritu franciscano. En este ministerio de la predicación de ejercicios espirituales debió hacerse violencia, pues se consideraba poco capaz para ello.
Murió a los cuarenta y seis años, el 3 de marzo de 1890, en la enfermería del convento de Bérgamo. El Señor llamó a sí al siervo bueno y fiel que había vivido en la humildad y en la pobreza. Sus paisanos de Berzo pidieron el cuerpo de este auténtico hijo de San Francisco y allí descansan sus restos.
Los documentos más preciosos de su vida son sus escritos, especialmente los “Diarios”, que son una colección de dichos de santos, de los cuales mayormente se alimentaba su espíritu. Fue beatificado por Juan XXIII el 12 de noviembre de 1961.
Santa Teresa:
Nació Bérgamo de Lombardía, en el seno de los condes de Pedroça-Grumelli y se llamaba Teresa Eustoquio. Intentó tres veces hacerse religiosa benedictina, pero el canónigo de la catedral de Bérgamo, José Bengalio, la hizo salir tres veces del convento, cosa que le supuso a Teresa no pocas críticas y burlas, pero ella lo soportó por obediencia.
Después de haber salido por tercera vez del convento, Teresa se consagró enteramente a la instrucción religiosa de las niñas en una pequeña casa llamada Gromo, que pronto se convirtió en la semilla de la nueva congregación religiosa que había de fundar. Antonia, su hermana y otras dos jóvenes, se le unieron al poco tiempo. Las cuatro hicieron la profesión de votos simples ante el canónigo Benaglio, quien las destinó a la enseñanza de la juventud. La vida de la nueva comunidad era muy austera, con largos períodos de silencio y ayuno. Teresa tuvo que hacer frente a muchas dificultades espirituales, dudas y tentaciones. La Congregación empezó pronto a crecer, pues ingresaron en ella numerosas jóvenes de buena familia, entre las que se contaban tres hermanas de Teresa, además de su propia madre que había quedado viuda. El canónigo Benaglio se encargaba de la dirección espiritual de la comunidad y ayudó a redactar las reglas y constituciones que comprendían diferentes obras de caridad: escuelas para los niños pobres, visitas a las mujeres enfermas, centros religiosos y de recreación para las jóvenes que se hallaban en peligro y sobre todo, retiros para mujeres, según el espíritu de San Ignacio de Loyola.
El obispo de Bérgamo, Mons. Carlos Gritti-Morlacchi, favoreció al principio a la nueva congregación, pero después se dedicó a obstaculizar su crecimiento. Mayor prueba fue para Teresa su propia indecisión y humildad. ¿La llamaba Dios realmente a fundar una nueva congregación, dado que ya existían otros institutos similares, como el del Sagrado Corazón, fundado por santa Magdalena Sofía Barat. Teresa fue a Turín, donde la madre Barat había empezado a organizar, desde 1832, los retiros para mujeres y se sintió muy inclinada a unir su Congregación con la de la santa. Pero pronto comprendió que la voluntad de Dios era diferente, pues había campo más que suficiente para las dos congregaciones, por similares que fuesen. Así pues, la beata tuvo que superar ésta y otras dificultades y soportar con paciencia numerosas desilusiones, antes de conseguir que se estableciera sólidamente su Instituto. Finalmente, en 1841, Teresa y sus compañeras pudieron hacer la profesión solemne en manos del mismo prefecto de la Congregación de obispos y religiosos, el cardenal Constantino Patrizi. Unos cuantos días más tarde, fue publicado el decreto aprobatorio de la Santa Sede y la Congregación fue definitivamente confirmada en 1847. Con esta ocasión, se autorizó a la fundadora a abrir una casa en Roma.
Entre los que ayudaron a Teresa Verzeri en las dificultades, se contaba el beato Luis Pavoni, de Brescia, quien se encargó de imprimir las Constituciones de la nueva Congregación, en un momento en que esto significaba exponerse a muchas molestias; pero el beato hizo caso omiso de las murmuraciones y hablillas. Además, intercedió ante Mons. Speranza para que apoyase en Roma la causa de las Hijas del Sagrado Corazón. Cuando Teresa compró un antiguo monasterio en Brescia, el Beato Luis proyectó los cambios que era necesario hacer al edificio y se encargó de vigilar personalmente la obra. Para ayudar a Teresa, hizo varios viajes a Bérgamo y a Trento, y se comprometió a asegurar la misa diaria en la casa madre. Nada era demasiado difícil para el Beato Luis, cuando se trataba de ayudar a las religiosas. La gran estima mutua que se profesaban el Beato Luis y la Beata Teresa ha continuado entre sus Congregaciones respectivas, en el siglo que ha transcurrido desde su muerte.
La beata vivió todavía cuatro años después de la fundación de la casa de Roma. Durante ellos creció en gracia y santidad y su Congregación con ella. El cólera que azotó el norte de Italia, arrebató a la beata el 3 de marzo de 1852. La multitud que asistió a sus funerales fue el mejor testimonio de la reputación de santidad de que gozaba y que no ha hecho sino aumentar con el tiempo.