Porque nada queda oculto
Jueves 25 de Diciembre de 2025
25 diciembre 2025 - 09:02
¿A quién celebramos cuando olvidamos el Nacimiento?
De la redacción
Hoy es 25 de diciembre. En teoría, el mundo occidental se detiene para conmemorar el evento que dividió la historia en dos: el nacimiento de Jesús de Nazaret. Sin embargo, si observamos las redes sociales, las vitrinas de los centros comerciales y las cenas familiares, surge una pregunta incómoda pero necesaria: ¿Sigue siendo la Navidad la fiesta del Dios hecho hombre, o se ha convertido en el funeral del espíritu bajo una montaña de envoltorios de regalo?
Del pesebre al centro comercial y la metamorfosis del consumo. La Navidad original es una paradoja de humildad. Es la historia de un niño que nace en la periferia, en un establo, porque “no había lugar para ellos en la posada”. Es el mensaje del darse, de la entrega absoluta por una humanidad necesitada de esperanza.
No obstante, hemos permitido que el “tener” devore al “ser”. La figura del Salvador ha sido desplazada por una iconografía mucho más rentable. Primero fue Santa Claus —una versión edulcorada de San Nicolás—, luego el Grinch como la “rebeldía” comercializada, y ahora, una mezcla esotérica de rituales que buscan “energías” en lugar de “gracia”.
¿Es un plan orquestado o una inercia cultural? Muchos se preguntan si existe una intención deliberada de borrar a Jesús de la esfera pública. Lo cierto es que el mercado no odia a Cristo; simplemente no lo puede vender.
El silencio les incomoda porque el mensaje de Jesús es incómodo para un sistema basado en la acumulación. Él habla de despojo, de pobreza espiritual y de justicia social. El Grinch y Papá Noel, por el contrario, son motores de consumo.
La “Fiesta es del Estómago” donde hemos transformado una vigilia de fe en un banquete de excesos. La Navidad hoy se mide en calorías y en el valor de los paquetes bajo el árbol, olvidando que el que nace no tenía casa propia.
Una irreligión tan agresiva, pero bajo el lema de la falsa inclusión, que viene intentado neutralizar la identidad cristiana, hasta promovida por los gobiernos que votamos.
Se dice “Felices Fiestas” para no decir “Feliz Navidad”. Se celebra el solsticio, el verano o la familia como concepto abstracto, pero se evita el nombre del cumpleañero.
El trasfondo es la pérdida del sentido, pero ¿por qué sucede esto? Porque la sociedad actual padece un horror al vacío espiritual que intenta llenar con objetos. Al quitar a Cristo del centro, la Navidad se vuelve un cascarón vacío. Se vuelve una fiesta melancólica porque no tiene un propósito que trascienda la mañana siguiente.
Borrar a Jesús no es solo un golpe a la cristiandad; es un golpe a la capacidad del ser humano de reconocer lo sagrado en lo sencillo. Si la Navidad se reduce a comercio, se vuelve una carga financiera y emocional. Si la Navidad vuelve a ser el Nacimiento, se convierte en un descanso para el alma.
Para recuperar el pesebre no se trata de ser enemigos de la alegría familiar o de los regalos, sino de no permitir que el accesorio oculte lo fundamental. La verdadera “revolución” en este siglo XXI no es comprar el último dispositivo, sino detenerse ante un pesebre y entender que la salvación no viene en una caja, sino en la fragilidad de un recién nacido que vino a darnos todo, sin pedir nada a cambio.
Este año, que la luz de la estrella no sea la de un cartel publicitario, sino la de una fe que se atreve a llamar a las cosas por su nombre. Feliz Natividad del Señor.
