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Miercoles 31 de Diciembre de 2025
31 diciembre 2025 - 05:49
De acuerdo a ese mismo sistema, el 1° de enero se celebraba el Año Nuevo en distintos momentos según la región y la tradición.
La actual centralidad del 1 de enero como inicio del año no es un hecho natural ni inmutable, sino el resultado de una larga secuencia de decisiones políticas, religiosas y culturales que se fueron superponiendo a lo largo de los siglos, según reconstrucciones históricas difundidas por National Geographic.
El antecedente más remoto se sitúa en la antigua Roma. De acuerdo con esa fuente, en el año 153 a.C. el Senado romano resolvió adelantar la asunción de los cónsules —que hasta entonces se realizaba el 15 de marzo, durante los idus— a comienzos de enero. La medida respondió al pedido de un general que necesitaba más tiempo para organizar una campaña militar en el marco de la guerra celtíbera, con el objetivo de que las tropas estuvieran preparadas para la primavera.
El paso decisivo llegó en el 46 a.C., cuando Julio César impulsó una profunda reforma que dio origen al calendario juliano. A partir de entonces, el inicio del año quedó fijado el 1 de enero, en coincidencia con el solsticio de invierno. La elección tuvo un doble fundamento: astronómico y simbólico, ya que enero estaba dedicado a Jano, divinidad asociada a las puertas, las transiciones y los comienzos. Aunque esta reforma consolidó el nuevo inicio del año en el mundo romano, su adopción no fue inmediata ni uniforme en otras culturas.
Más de quince siglos después, en 1582, el calendario volvió a modificarse. El papa Gregorio XIII introdujo el calendario gregoriano, vigente en gran parte del mundo en la actualidad. La reforma buscó corregir los desajustes estacionales acumulados por errores en el cálculo del año solar del sistema juliano. Para hacerlo efectivo, se eliminaron 10 días del calendario, pasando directamente del 4 al 15 de octubre de ese año.
La adopción del nuevo sistema no fue simultánea. Los países católicos lo incorporaron con rapidez, mientras que las naciones protestantes y ortodoxas demoraron su aceptación, generando durante años la convivencia de ambos calendarios. Con el tiempo, se sumaron países de otras tradiciones: Japón lo adoptó en 1873, Egipto en 1875 y Turquía en 1917. En contraste, Afganistán e Irán nunca lo incorporaron plenamente, mientras que Rusia e Israel aún conservan el calendario juliano o el hebreo para celebraciones religiosas.
El calendario gregoriano también impuso una visión cristiana del tiempo al tomar como referencia el nacimiento de Jesucristo. Sin embargo, investigaciones históricas posteriores señalaron imprecisiones en ese cálculo, como la inexistencia de un año cero y un posible desfase de entre cuatro y siete años respecto de la fecha real.
Antes de esta estandarización, el Año Nuevo se celebraba en distintos momentos según la región y la tradición. En los primeros siglos del cristianismo, el inicio del año coincidía con el 25 de marzo, día de la Anunciación. Más tarde, esa fecha fue desplazada al 25 de diciembre, en sintonía con la conmemoración del nacimiento de Jesús. En el siglo XIV, el Reino de Aragón formalizó la Navidad como comienzo del año, reflejando el peso de la tradición cristiana en la organización del calendario.
En paralelo, otros sistemas mantuvieron criterios propios: el calendario hebreo inicia el año en el mes de Tishrei (septiembre-octubre), mientras que el calendario chino lo hace entre finales de enero y principios de febrero, de acuerdo con el ciclo lunar. Aun hoy, se estima que existen más de 40 calendarios en uso en distintas comunidades del mundo.
Así, a partir de reformas sucesivas y decisiones históricas acumuladas, el 1 de enero dejó de ser un ajuste práctico del calendario romano para transformarse en un símbolo global de inicio de año, ampliamente aceptado en Occidente, aunque no universal.
