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Cuidado, pedofilia como juego.

17 septiembre 2020 - 10:27

“Mi Sugar Daddy” el peligroso “juego” sexual entre adolescentes y adultos

Una niña de 11 años me devela entusiasmada los beneficios de conseguirme un Sugar Daddy: “si sos linda y joven podés buscar un viejo multimillonario que te pague los caprichos”. Le explico que eso es prostituirse y que a mí no me interesa, pero me aclara que puede convertirse en mi marido, y me puede mantener. Comienzo a indagar para conocer de donde viene esta idea, y resulta que My Sugar Daddy es la última tendencia que circula entre las niñas y adolescentes en Argentina.  La moda se instaló de la mano de una YouTuber de 25 años que muestra en las redes su vida glamorosa al lado de un señor de más de 50 con mucho dinero. La tendencia es importada, comenzó con personalidades famosas de la moda a nivel internacional, y rápidamente se transformó en un negocio, por ejemplo, para las plataformas que ofrecen hacer de nexo entre un “Sugar Daddy” y una “Sugar Babby”.



“My Sugar Daddy es el principal sitio de citas en Europa y ya está disponible en Argentina y el resto del mundo”, anuncia el portal www.mysugardaddy.com.ar, “My Sugar Daddy es una comunidad de citas para hombres económicamente independientes y mujeres hermosas y seductoras”, agrega. Allí las chicas pueden abrir un perfil para ofrecerse como “dulces bebes” y los hombres como “dulces papás”.

El razonamiento que subyace a esta práctica supone que la mujer linda, joven y dependiente, tiene la posibilidad de recibir como “premio”, el ser cosificada por un varón independiente que la “compra”, para satisfacer sus deseos.



Este razonamiento, que muchas personas entendemos como aberrante, no entra en debate en contexto de aislamiento, y se naturaliza como una opción divertida no sólo en las redes, sino también entre las adolescentes y los padres de sus amigas. “La ESI ahí no llega y tampoco el debate con lxs adultxs”, dice a La Marea Noticias una mamá que alertó el fenómeno y quiso visibilizarlo. Su sobrina, que asiste a un colegio secundario de la ciudad de Río Cuarto,  le contó de este «juego» del que participa junto a sus amigas. “Cuando Sofía me lo contó me quedé helada y pensé que en la escuela y en casa les enseñamos que no las tienen que tocar sin consentimiento, que no hay que dar el teléfono a extraños, pero en este caso es otra cosa porque ellas creen que lo aceptan voluntariamente, cuando estamos hablando de chicas de 16 años y papás de compañeritas de más de 50”, relató. Esos papás ávidos de niñas que en algunos casos no tuvieron ni si quiera su primera experiencia sexual, son vistos como “genios”, por parte de las compañeritas, porque se suman a la moda. En algunos casos son sólo vínculos virtuales pero en otros hay relaciones presenciales.



El deseo pedofilizado

El fenómeno tiene como mínimo dos aristas, una de ellas es la pedofilia. “Hay una fuerte tendencia en la cultura de infantilizar la sexualidad, y se visualiza por ejemplo en utilizar el término “beboteo” cuando nos referimos a intensiones sexuales, o utilizar los disminuidos o sobrenombres como papi, mamita, bebota, chiquita para hablarle a nuestras parejas sexuales”, explicó a La Marea Noticias Fernando Esteban Lozada, Co-Director de la Asociación Internacional de Librepensamiento. Esta elección de acudir a la filiación paterna para hablar de sexo no es casual ni extraña, es la base que sustenta la cultura del abuso sexual infantil, que como todas las violencias afecta más a las mujeres que a varones. “En Argentina una de cada 5 niñas sufrió abuso sexual infantil, mientras que en el caso de los niños es uno de cada 15. Además, la mayoría de los abusos sexuales son intrafamiliares y dentro de ellos los más frecuentes son los paterno filiales”, detalló Lozada.

En este caso al tratarse de adolescentes hay que contemplar que ya tienen la capacidad de decidir sobre sus prácticas sexuales y sus relaciones amorosas. Pero ¿hasta qué punto se puede hablar de consentimiento cuando se trata de personas con edades  y experiencias tan distintas?



“Cuando un hombre se ofrece  como capaz de brindar “regalos” o bienestar económico a cambio de juventud, belleza física, etc., intenta establecer una relación de intercambio cosificado.  No es una relación de sujeto a sujeto, por lo cual el sentir del otro no es tenido en cuenta. Si además está relación se establece con personas donde las diferencias de edades son significativas hay una clara intencionalidad abusiva”, explicó la Psicóloga Clínica María Laura Acevedo. “El consentimiento implica la capacidad no solo cognitiva sino emocional de poder discernir las consecuencias de mis actos, y cuando una joven se ve seducida por un adulto mucho mayor es altamente probable que no esté pudiendo discriminar desde un verdadero contacto a que está siendo sometida en lo que se disfraza como juego”, alertó.

Para Acevedo es algo similar al sexting, que consiste en enviar mensajes de textos o fotos sexuales, y cada vez se consume más.   “No deja de ser «un juego» que encubre posibles abusos o riesgo de trata. Que se lo vea como un juego es la manipulación para restarle valor al tipo de invitación o seriedad del tema”, aclaró.



El estereotipo de dominación

La segunda arista es la que sostiene la cultura del patriarcado “esta práctica supone la legitimación de la masculinidad con el abuso del poder del varón para disponer de los cuerpos de las mujeres”, explicó Lozada. La breve descripción de la página disponible en Argentina da cuenta perfectamente de los estereotipos de roles asignados a un género y a otro. El varón vale porque es económicamente independiente, y la mujer por su belleza.

Las consecuencias de reproducir estos estereotipos han sido descriptas con ríos de tinta en tantos años de estudios feministas, y además, está claramente descripta en la ley de Protección integral para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres. Así mismo parece que la lucha es desigual, la potente marea verde tiene un sistema que no se resigna y está dispuesto a poner todo para dar batalla. Hablarlo, ya es un paso hacia la posibilidad de re significar esta subordinación “consentida”.



Por: Carina Ambrogi

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