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El mata gorriones

2 junio 2017 - 18:27

Vino desde los pagos de Luis Landrisina, Colonia Baranda – Chaco, a quien dice conocer en persona

Pasaba por la rotonda sur, desprevenido, preocupado por las cosas rutinarias, girando al compás del tránsito y de mi propia vida. Sorpresivamente escucho unos gritos, de esos que hace alguien que vende algo.

 Desenfoco la vista del asfalto y vea aun tipo con unas gomeras en las manos, ofreciéndolas a viva voz y con una sonrisa contagiosa, sincera, natural: “para los gorriones…” “… mata perro, gato, ñandúces, pata de bolsa, pata de lana, suegras.”

Obvio que esto me causó una alegría que duró hasta que hice una nota política.

Muchos han escritos sobre personajes de la ciudad, que por cierto los hay, muchos y para todos los gustos. Intentaré mostrarles un poco quien es Luciano Rodolfo Romero, alias “Tocho”. Muchos lo deben conocer como el “mata gorriones”, aunque creo, humildemente, que lo más importante es la sonrisa que nos arranca Romero cada vez que lo cruzamos. Y a modo de agradecimiento va esta humilde semblanza.

En el barrio Los Provincianos todos lo conocen. Ni bien pregunté por Él me indicaron con agrado donde vive. Lo encontré en el patio delantero de su casa, lugar que comparte con su madre de 84 años y que sigue construyendo. Contó que saco algo en la quiniela, juego que le agrada mucho, y compró algunos ladrillos.  Como no podía ser de otra manera, estaba haciendo gomeras y bromas.

“Tocho” tiene 63 años, 8 hijos, mas de 27 nietos y algunos bisnietos (perdió la cuenta) y dos matrimonios. Algunos familiares presentes y, con su permiso, contaron que tocho era terrible con las chicas. Entre risas, recuerdan uno de sus dichos: “… tenia mujeres para hacer un cerco”

 Vino desde los pagos de Luis Landrisina, Colonia Baranda – Chaco, a quien dice conocer en persona cuando era adolescente. Sabe leer algo y no sabe escribir. Fue hasta el primer grado: “… íbamos a la escuela solo cuando llovía, porque era cuando no trabajamos”. Junto a sus 8 hermanos menores y padre, trabajaba en el campo juntando algodón y demás tareas. “… hoy día todo lo hacen las maquinas, ya no hay trabajo para la gente por esos pagos”, remarcaba.

Se instaló en el barrio Los Provincianos, trabajo de ayudante de pandero. Su gusto por la calle, como Él mismo dice, hizo que embolsara los productos de la panadería y saliera a venderles a los camioneros y obreros de distintas fábricas.

Aprendió a hacer las gomeras de su padre. Elige muy bien las arquetas de ligustro, las que pela con sus cuchillos y buscar en su bicicleta por distintos lugares de la ciudad. Las ata con precisión con tiras de goma que recorta de los guantes amarillos  de cocina en desuso. Las hace chiquitas y hasta casi un metro de alto. Los precios son entre sesenta y trescientos pesos. Este trabajo artesanal le permite sobrevivir ya que no tiene jubilación, pensión o beneficio social alguno.

Con su sombrero característico, su sonrisa contagiosa, sincera y sacando bromas de cualquier lado, habla por mementos en serio y parafrasea, quizá para Él mismo, que el gorrión siempre termina gorriado.

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