Porque nada queda oculto
Viernes 09 de Mayo de 2025
30 abril 2023 - 09:17
El gobierno bonaerense promulgó una ley que declara como ciudadano ilustre de la provincia al guionista de historietas y escritor argentino desaparecido durante la última dictadura, Héctor Germán Oesterheld, autor de la famosa historieta El Eternauta.
Por Javier Tisera. /// Ilustración: Caio.
El Cholo Budassi me presto una fotocopia en la que Germán Oesterheld narraba de su infancia en los campos de San Nicolás en las vacaciones de verano. Durante años guarde ese texto como si fuera patrimonio de la humanidad y con la promesa intima de buscar mas datos. La esposa del guionista, Elsa Sánchez, visitó la Escuela de Arte para asistir a un homenaje y aproveché para profundizar mis apuntes. En aquella oportunidad compartí la entrevista con Walter Alvarez (Canal 2) que me ayudó a escarbar en la memoria. De esos apuntes de la libreta “culera” salieron estas escenas que, con realismo mágico, mezcla la verdadera historia con los personajes del comic.
El tren del Oeste cruza cansino la pampa verde y plana; monótona, tanto que antiguamente, la llamaban el desierto. Soló rompe el paisaje un molino marca Guanaco que sus aspas giran vertiginosas y lanzan destellos de sol. El niño mira por la ventana del tren asombrado. Al costado ha dejado hace unos instantes el libro “Cuentos en los mares del sur” de Stevenson,. Sus ojos están puestos en los caballos que pastan junto a un tanque australiano. Una polvareda entretiene su mirada. Un hombre con su uniforme azul con vivos dorados y rojos cabalga entre los alamos que dividen los campos. Es un sargeneto joven y a pesar que lo van persiguiendo soldados con el mismo uniforme le echa una conrida al chico del tren. El sargento sabe que hay alguien en el mundo que lo esta mirando. En la montura lleva una manta enrollada y una caramañola cheyene. Es un desertor del /mo de Caballería que se está internando en el desieto – como Martín Fierro y el sargento Cruz- por cuestionar al poder y a los metodos de la conquista. El sargento cabalga paralelo al tren pero con la vista puesta en el horizonte. El zaino y el sargento saltan alambradas, cruzan aguadas y el pañulo amarillos queda en el piso encuento en pasto. El niño es solo ojos y asombro: Y cuando el jinete se aleja desde el asiento musita uan despedida: “ Buena suerte sargento Kirk…”.
Unas horas despues, el niño acompañado de sus padres descienden en las estación San Nicolás. Los esperan en el anden un puñado de tíos y sus abuelos. El pequeño Héctor esta rodeado de besos pero piensa en el sargento y de su destino errante por el desierto.
Oesterheld fue secuestrado en La Plata el 27 de abril de 1977, y durante su cautiverio pasó por los centros Clandestinos de Detención de Campo de Mayo, el Vesubio y «Sheraton», en La Matanza, donde su rastro se perdió en 1978. Oesterheld escribió numerosos relatos breves de ciencia ficción y novelas, y publicó en revistas como Misterix, Hora Cero y Frontera.
El 10 de septiembre de 1976, al amparo de la noche, uan patrulla del ejército tira una bomba en el palier de la casa. Se abre la puerta y sale Elsa Sanchéz. Los militares con un megáfono preguntan por Héctor “el judio”. Adentro de la casa, Juan Salvo empieza a presentir los ojos de la muerte. Desde la oscuridad sigue atentamente los movimientos de la patrulla. Desearía tener un arma pero es solo un hombre ante una invasión. Elsa cuenta queHéctor descendía de un estanciero alemán que se habia radicado en San Nicolás, pero si era judio. Y se queda atrapada en un laro silencio.
Juan ya había tomado una cuchilla del cajón de la mesada. Elsa le dijo que se habían separado un año antes. “Mire, no tengo la menor idea de lo que busca, pero acá no lo va a encontrar. Si quiere revisar, hágalo, pero yo soy una señora, respete mi casa”.
El oficial al mando se estremeció por el grito de la mujer y no allanaron la vivienda. Se subieron al camión y se marcharon. Unas horas después, Elsa Sanchez y Juan Salvo, con lo indispensable para sobrevivir en la ciudad devastada, abandonaban para siempre la casa. Atrás quedan las fotos de las cuatro hijas y las tardes en el Tigre. Comienza a caer una lluvia de copos que empieza a matar los argentinos.
En 1957, fundó su propia editoral, y fue la publicación de «El Eternauta», difundida inicialmente en Hora Cero Semanal de 1957 a 1959, la que lo convirtió en el referente de la historieta con críticas al capitalismo, el colonialismo y el imperialismo. Más tarde se incorporó a la organización guerrillera Montoneros, donde colaboraba con el área de prensa y difusión.
Los dedos se mueven vertiginosos. El ambiente es de sopor y está sentado sobre dos cajas de municiones. Las bombas explotan en el Aeropuerto de Puerto Argentino y las agencias de noticias se devoran el material que llega de Malvinas. Y después de todo –piensa Ernie-, esta guerra y to estamos íntimamente relacionados: somos dos antigüedades. Ya nadie muere por una isla perdida y nadie pone en el mar su flota por el imperialismo. El estruendo lo regresa a las teclas. Hoy, Como siempre, los dedos están más lentos que los recuerdos. Nadie me creería si comentara que a 22 años del siglo XXI, un ejército sigue usando los Jeep Willys, “fiel como un perro, duro como una mula y ágil como una cabra” o los fusiles Fal belga que utilizaron los franceses en Dien Bien Phu.
Todo y todos se dibujan como fantasmas de guerras pasadas. A cada instante hay muestras de un coraje o una muerte heroica, aunque la verdadera guerra nunca llega a las pantallas de cine. Los argentinos desembarcas como si se tratara de un paseo y se pierden un medio de la bruma, camino a una línea de trincheras en donde se empiezan a congelar y su fuerza se termina apagando. Son buenos hijos de su patria que están comandados por generales asesinos, más acostumbrados a secuestrar y torturar que a batallar. Los ingleses vienen a defender a “Margarita” que está en plena campaña electoral t que ha dejado sin trabajo a miles de mineros y empleados estatales. Siempre los conservadores, como los republicanos de mi país, se han salvado su economía con la guerra. La muerte siempre ha sido su mejor negocio.
Los vuelos de los Hércules C130 son el puente aéreo con el continente. Estas máquinas sin armamento cruzan el océano con pertrechos y con tropas. En las noches sus pilotos descansan solo unas horas y después se ponen al frente del tablero. La sombra conocida de un oficial de Inteligencia se dibuja en la puerta de la carpa.
– Pike…llegaron los Paracaidistas Ingleses del II, la ciudad está por caer, todo se desmorona… agarre sus cosas y subamos al último vuelo.
-Me quedo. Hablan inglés como yo.
-Entonces que tenga suerte, nos vemos en el averno, yanquee.
-Espero que usted me reciba, capitán.
-Aur Revoir, corresponsal.
Entre las filas de los prisioneros, con los ojos vendados se destacaba la figura de un hombre sexagenario que no se apartaba de su vieja Royal 28 con la que había escrito mil historias. El humo subiendo desde el piso, el olor a azufre y a sangre seca se mete por todos los rincones; algunos cuerpos dan sus últimos estertores. Los quejidos y los lamentos son un réquiem entre los cerros de Puerto Argentino. Ernie Pike camina por los senderos del infierno al fin y al cabo ese es su oficio.