Porque nada queda oculto
Miercoles 24 de Diciembre de 2025
24 diciembre 2025 - 08:48
El intendente no fue al Anfiteatro a buscar a Dios, fue a buscar los votos que el catolicismo tradicional ya no le garantiza.
Editorial
Lo que vimos en el festejo de la Iglesia Dios es Amor no fue un milagro, fue una operación de marketing político de alta precisión. Santiago Passaglia, el intendente que declama “Hechos” mientras esquiva explicaciones judiciales, encontró en el Anfiteatro lo que todo político en retirada o bajo la lupa necesita: una multitud que no pregunta, que no cuestiona y que, sobre todo, aplaude.
Consagrado como camaleón de la sacristía, Santiago es católico de cuna, evangélico de urna. Ejemplo perfecto del político que tiene una biblia para cada ocasión. Formado en la élite del catolicismo nicoleño y parte de una dinastía que maneja la ciudad como una empresa familiar desde hace casi dos décadas, su presencia en una iglesia protestante no responde a una conversión espiritual, sino a un cálculo matemático.
Para el clan Passaglia, la fe es una herramienta de segmentación. Con la Iglesia Católica mantienen los lazos tradicionales de la “familia bien” de San Nicolás. Con las Iglesias Evangélicas buscan la capilaridad del barrio, la emoción de la banda en vivo y esa masa crítica que, según el propio Santiago, “ya no cabe en el Anfiteatro”.
Es una estrategia de omnipresencia divina para fines terrenales, estar en todos los bandos de la fe sirve para ocultar que, en realidad, se está cada vez más lejos de los bandos del pueblo que reclama transparencia.
Usa el anfiteatro como escudo de impunidad, porque resulta casi poético que el Intendente hable de “quedarse chicos” y pida “el Estadio” (su obra faraónica favorita). Es parte de la misma cuasi dinastía que ha sido señalada por la Justicia Federal en causas de “enriquecimiento ilícito y lavado de activos”. Mientras los fiscales Di Lello y Amad investigaron cómo una familia de funcionarios públicos acumuló campos en Ramallo, departamentos en Uruguay y autos de lujo, Santiago prefiere bañarse en el afecto de los fieles.
La política de San Nicolás ha perfeccionado el arte de usar el evento religioso como un “baño de pureza”. Al subir al escenario y recibir un reconocimiento, Passaglia no está celebrando a Dios; está usando a los fieles como escudo moral. Si la iglesia lo premia, ¿quién es la justicia para cuestionarlo? Es la trampa perfecta del poder: confundir el fervor de los creyentes con la aprobación de su gestión.
El poder político en San Nicolás se aprovecha de las iglesias porque le resulta más barato delegar la contención social en los pastores que arreglar los problemas estructurales de los barrios. El Intendente celebra que el anfiteatro esté lleno, pero no dice que muchas veces está lleno porque el Estado está vacío.
La política utiliza la estructura de la iglesia para llegar a donde el puntero tradicional ya no llega. Es un clientelismo espiritual del: te doy el permiso para el Estadio, te doy el subsidio para el evento, a cambio de esa foto que me hace ver como un hombre de valores.
Mientras Santiago Passaglia se maravilla con la cantidad de gente, debería preguntarse cuántos de esos nicoleños llegan a fin de mes o cuántos viven en los barrios dónde el asfalto – que él tanto promociona como “hecho” – se agrieta ante la falta de mantenimiento, o carece de atención de salud real.
La crítica al poder político es clara, San Nicolás no necesita un intendente que se mueva por todas las religiones como un turista espiritual. Necesita un funcionario que entienda que la ética pública no se resuelve con un amén, y que el respeto por la fe de los ciudadanos empieza por respetar el dinero de esos mismos ciudadanos.
Al final, Passaglia no fue al Anfiteatro a buscar a Dios; fue a buscar los votos que el catolicismo tradicional ya no le garantiza y que su gestión, bajo la sombra de la corrupción, pone cada día más en duda.
